lunes, 17 de agosto de 2009

Lo triste del reencuentro (Ante el problema de mi reloj)

* Mi reloj fingió su rapto. Me lo encontré tirado y vagabundo ayer por la tarde. Su ilusión ingrata no tuvo consuelo. Los relojes son viajeros, saben ir y venir, saben reponerse a lo más adverso, son seres complejos y funcionales. Conocen su trabajo y siempre estarán para ti, anhelé que mi reloj fuera raptado por un criminal que lo comiera cocinado en un pan, pero todo al final parece ser una fantomima.


* Dicen que los mexicanos no encaramos lo problemas cara a cara y es verdad, lo hacemos al interior, somos seres muy introspectivos, afrontamos la vida desde dentro. 

* Caminaba por la calle helada y me encontré a mi reloj triste y desolado, le pregunté si quería volver a nuestra rutina de horas y segundos, no dijo nada, sólo caminó con sus patitas a abrazar mi muñeca, ambos lo sabíamos, todo era un show, nada era real, todo fue mentira. Me abrazó y sentenció a mis congeladas orejas “siempre has de ser el bueno de la historia”. 

*Solución psicológica: se dice que los hombres que se conectan con su yo interior de manera muy habitual se llaman neuróticos y los que lo hacen sin saberlo, son sensibles. ¿En cuál de estas bellas etiquetas me adjunto?. Acaso no hay aquellos que mienten, aquellos que dañan, aquellos que hacen sufrir o los que sólo viven. En realidad me gustaría ser de los otros, mi reloj y yo, así soy dueño de mi mismo. Poco es algo.

- Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac, Tic-Tac... Y sigo aquí con mí reloj, ¿podíamos intentar tener un affair?. La correa es muy holgada pensé.

Pensamientos sobre el rapto de mi reloj.


El sábado que caminé en la calle, extrañamente sentí un ligero susurró de airecillo gélido que se filtraba entre mi camisa y mi chaqueta de piel y bastante extrañado noté que mi reloj no estaba. En principio lo más obvio era pensar que se habría quedado en casa y que había optado por tomar un sábado tranquilo viendo televisión basura en el sofá.

El domingo seguía sin aparecer por casa, lo fui a buscar a sus sitos habituales, el cajón a lado de mi escritorio, en los estantes a lado del comedor, en la cocina a lado de la olla con agua hirviendo para la pasta, hasta le busque en el obscuro antro del cajón de mis calzoncillos y nada. Traté de mandarle un sms, pero recordé, que pese a haber tenido un trato casi de amigos por más de dos años no me había pasado por la cabeza pedirle el teléfono móvil a un reloj.

Para el lunes ya tenía una sospechosa, aunque pese a tratar con creativas técnicas latinoamericanas de tortura (Léase Pedro y el Capitán de M. Benedetti) para obtener información, soló encontré una vaga pista. Parece que el ejercito de la naranja mecánica está intensamente entrenado en técnicas para evadir las más avanzadas tecnologías policiacas mexicanas de interrogación. ¿Será que hay miedo de que les roben el secreto para hacer el queso Gouda?.

Hoy ya es martes, tengo depresión por la falta de mi compañero inseparable de mi muñeca izquierda, nostálgicamente miro el vació que forma la entrañable pulsera ausente de bronceado. Pienso que el raptor es un coleccionista esquizofrénico que gusta de robar pequeños trocitos de las personas, para después pulverizarlos y comerlos mezclados en un pan. ¡Qué malévolo plan me digo, y mientras frunzo me enojo!.

Amanecí otra vez después de una noche sin pegar ojo, el secuestro de mi reloj me hace estar atento a cada movimiento de los ácaros que hay en mi almohada. Absurdo, pero al final el raptor, se robo mi pausa, mis manías, mis convencionalismos, me dejó libre y feliz. Alguien es deña de mi tiempo y lo domina, no sé quién es.

Paranoias en el metro

Entró un hombre al vagón, presuroso junto a la manada urbana, llena de prisas, de preocupaciones de sexo, aquel tipo tenía un aspecto distinto, vestía cómodo, era barbudo y tenía cierto perfume a cerveza en su sudor, lentes obscuros, altura media, barriga prominente, se sentó a lado mío. Yo no estaba sentado en las sillas de plástico, no, yo prefiero estar sentado a media pompi en el tubo horizontal que descansa a lado de la puerta que no se abre. 

El hombre aquel leía el periódico, se ensalibaba los dedos para pasar de hoja, por lo general lo hacía cada dos páginas, supongo, que la humedad sólo le bastaba para leer los encabezados de tres páginas. Esa persona me provocó dudas, me erizara la piel cada vez que pasaba las hojas, cada vez que tomaba el periódico con sólo una mano, para llevar un par de dedos de la otra a su lengua, roja, amarillosa en el centro, definitivamente me provocaba un aire negativo. Justo cuando me iba a pasar al tubo de enfrente para evitar sentir la bruma de su presencia, se volteó y me preguntó la hora, como si quisiera anticipar mi intento de huir, le respondí – las diez y veinte, siguió leyendo, babeando las hojas de las diversas secciones. Paró el metro en la estación de Catalunya, la gente comenzó a salir apresuradamente, el bajaba ahí, pero antes de salir, levanto el rostro, sonrío, con sus dientes empapados en su vísceral sonrisa y me dijo – te quedan diez minutos de vida, güey– y se bajó, sonó el pitido que anuncia que las puertas se cerrarán, ahí todo cambió. 

El aire comenzó a agotarse, el sudor corría por la frente, el cabello húmedo se enfriaba con el aliento mórbido de aquel vago, paró el metro nuevamente, entraron una pareja, una hombre rubio de cabello largo, rizado, venía con su novia, una mujer delgada y marchita, empezó a besarla a tocarla, frente a mí, no podía, no resistía más y descansé la mirada en un el suelo, vi unos pies, seguí mirada arriba hasta topar con un anciano, me miraba, como cuando alguien mira con duda, sí, todo era claro, todos me miraban, todos me acosaban, unos besaban, otros leían, otros reían, parecía que reían de mí, sí, todo era claro alguien me mataría alguno de aquellos urbanos, algún psicótico en cualquier momento me mataría, lo sabía ya. ¿Qué hacía?, era inevitable, despedirme de mi familia, sentarme a leer, correr, qué se hace cuando te queda un suspiro de vida, qué hacer cuando la muerte o el mismo diablo viene a anticipar tu fin. La gente me acosaba, me veía, se reían de mí, me observaban, eran miradas profundas, cuando intentaba enfocarme en algún par de ojo, eran como hoyos negros, eran océanos que te ahogaban, revolcándote dentro de un iris vacío. Llegué a mi estación, me bajé corriendo sudando, pálido, con la cara inexpresiva, pasó enfrente mío, golpeándome, una gran cantidad de gente y por detrás otros muchos, y a lado se paraban otros. Una persona chocó conmigo, trompiqué y cuando levanté la vista, me di cuenta que era una señora de cabellos blancos, vestida con una gabardina café, tenía un pañuelo rosa en su cuello, traía puestos los lentes de leer, y estaba ahí, en medio de el tumulto, escribiendo con parsimonia, calma y con excelente caligrafía unos apuntes, ¿qué escribía? quizá la lista del súper, quizá una idea que espera no olvidar, quizá era una psicótica que escribía solo garabatos, no lo soportaba la gente venía hacía a mí, entonces vi las luces le metro venir, no lo pensé, eran ellos o yo, corrí hacía las vías y salté. 

Nike Revolution


El General Cruz Aurelio Muñiz Muñiz daba órdenes a un grupo maltrecho de recíén enlistados soldados del frente revolucionario, aquel vario pinto escuadrón de despeinados, prietos y bigotudos hombres, veía de reojo y sin casi respirar ni pestañear al barrigón coronel que se paseaba de un lado a otro, como pensando las palabras de aliento que diría a sus tropas antes del combate. –¡Pelotón, fimes!, gritó Cruz, y se acomodó el cinturón y las municiones que cargaba en los hombros, – Soldados hoy es un día especial para todos ustedes, hoy los caminos revolucionarios los honrarán, sus mujeres y los hijos respectivos propios o bastardos, sabrán que hoy 2 de febrero de 1910 ustedes enfrentarán una causa justa, las banderas gloriosas ondearán en honor a la sangre que están a punto de derramar, el enemigo está a sólo 400 metros al norte por aquella colina, se acercarán con rapidez hacía pa' aca e intentarán derrotarles con sus impecables uniformes color azul, y sus condecoraciones doradas, y sus rifles de primera calidad (traídos de exportación desde Francia), pero eso no debe asustarles, ¡no señores!, sólo son doscientos hombres bien entrenados en las artes de la guerra, sólo son un puñado de grandotes que nos superan por 40 cm de altura en promedio, ¡Pero no les tememos!, de pronto  el general lanza como flecha una mirada aguda entre sus peludas cejas a uno de los soldados, –¿Verdad que no les tememos soldado?, ¡o acaso usted nos va salir gallina!, el soldado, Juan de Dios García, que era el más flacucho y chaparrito del grupo, temblorosamente responde tartamudeando, – ¡No mi general no les tememos!, Cruz se pone de pie y suelta un grito que escupe junto con un poco de tos, – Pelotón, en sus marcas, y todos los soldados se ponen en cunclillas, –¡Listos!, y el grupo de soldados levantan la cadera y enfocan la mirada al horizonte desértico como si fueran a lograrlo todo en esos momentos, el sudor cae por la frente y sortea las negras cejas y los peludos bigotes, el general Cruz divisa al horizonte pone la mano en la frente para no deslumbrarse por el sol y mira una nube de polvo que se acerca, se escucha un temblor en el suelo, que hace saltar hasta a las piedrecitas que sirven de guarida a un alacrán, se incorpora se vuelve a poner el sombrero y grita – ¡Fuera y córranle que nos alcanzan! y todo el pelotón sale escapando hacia el lado contrario de la manada que se acerca ferozmente, solo quedan las huellas en la arena de los huaraches y una pila de sombreros que van quedando de rastro. Cuando llega el ejercito enemigo a la zona todos llegan elegantemente vestidos con sus uniforme militar de gala, su sombrero alto y redondo bien puesto, el bigote meticulosamente cortado y por supuesto sus tenis nike.


Si los otros llevan Nike, patitas pa’ que las quiero...



domingo, 16 de agosto de 2009

Duerme viejo

–Viejo pásame el azúcar

–Vieja está más cerca de ti, tú estás sentada a lado de la cocina

–Viejo, mis rodillas, mis rodillas, me duelen…

–Pinche vieja, siempre tan quejumbrosa y yo tengo lo de la reuma, que dijo el Doitor Abundía que no debo descuidar, y ya sabes tú lo que me ayuda ver el ratito el júrbol en la tele con mi tacita de té…

–¿Viejo , de verdad no vas a ir?

–¡Vieja, tienes alto el colesterol, tómate tu té sin azúcares, ya ves que luego te regaña el Doitor por que sales altísima en los análisis esos que te hacen…

 

–¿Viejo, ya terminó el partido?

–¿Por?

–Porque empieza mi novela…

–¿Y no está la tele del cuarto?

–Sí, pero es que allá la antena no agarra bien el dos…

–Pos aquí tampoco vieja, ya ves como se ve el apartido, ni sé dónde está el balón…

–Pero eso es por la terquedad de no ponerte los lentes esos que te mandó a hacer el Doctor Abundía…

–Esas son cosas del diablo, yo veo bien, sólo que a veces tengo que ponerme las lupas esas que compré para corroborar si vi bien lo que vi.

–¿Y vistes bien el gol que metieron?

–¿Qué gol?

–Pos yo no sé, corrobóralo tú…

–Pinche vieja, vete a ver la tele al cuarto que namás me distraes y ya ni oí a quien le sacaron la amarilla…

–Pero ni vistes el gol, pa’ que quieres saber lo de la amarilla esa…

–Pos porque en el jurbol es importante eso…

–¿El color amarillo?

–Las tarjetas amarillas vieja, las tarjetas…

–¿Porque, qué son esas…?

–Pos las tarjetas vieja, pa’ saber si alguien se va o no…

–¿Se va de dónde viejo?

–Pinche vieja, cuántas veces te he explicado las reglas del juego y ni me pelas, nunca te acuerdas de nada…

–Pos es que es recomplicado, pero bueno pon la novela un ratito, namás pa’ ver si Alberto José se le declara a Susanita, namás ponla un ratito…

–Ta güeno vieja, le cambio, pero un ratito, al cabo que es medio tiempo…

–¿Medio tiempo de qué?

–Del júrbol, vieja…

–Ah…

–¿Ah, qué?

–Nada…

–¿Nada?

–Nada viejo…

–Ora me dices pinche vieja, namas me encarrilas…

–Ora pues te digo. ¿Te quería preguntar qué es eso del medio tiempo?...

–Vieja no te voy a explicar el júrbol…

–Bueno pues…

–¿Bueno pues qué?

–Sí, pos que no me digas y ya…

–Siempre igual de chantajista vieja, siempre igual, a ver, lo del medio tiempo es un descanso que le dan a los jurbolistas pa’ que descansen…

–¿De qué?

–Será de preguntonas como tú…

–Ora viejo, no se lleve…

–Mejor le cambio a la novela y paramos con tanto argüendeo…

–Sale viejo…

–¿Oye viejo?

–¿Viejo…?

–Toy durmiedo vieja….

–Duerme viejo…

….

….

….

–¿Oye Viejo?

–¿Viejo?

–¡¡¡Madrecita Santa, Santa Virgen de los Remedios!!!

–¡Llamen a una ambulancia!

–¡¡¡Mi Jacinto se me muereee!!!

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Don Jacinto Fulgencio Contreras de López.

Muere súbitamente a las 8:45 justo en el preciso momento en que Alberto José, protagonista de la telenovela de las ocho declara su amor, acompañado de violines y en segundo plano la música del tema principal de la novela “Te amaré con locura”, a Susanita, protagonista operada de “pi a pa” y con pocas dotes histriónicas. Su mujer, ahora vive sola y desconsolada, nunca supo qué era el medio tiempo en fútbol y no sabe como lidiar con dos televisores cuando no hay a quien estorbar.